Más reflexiones sobre el encuentro de julio

Nueva reflexión sobre la jornada del pasado 5 de julio. Esta vez, sostiene Gallina Desplumada:

¿Qué hacen cuarenta personas un viernes de julio en València?

1. A todas las tribus

El pasado viernes 5 de julio una cafeta sobre memoria material consiguió reunir a unas cuarenta personas en L’Horta. Este encuentro nacía como una señal de emergencia. La alarma la hicimos sonar desde la Tribu de los Miércoles Alternos, cansinos e incansables exploradores de los archivos de El Punt, Espai de lliure aprenentatge. Resulta que hacía poco que habíamos conseguido juntar una publicación sobre el Konsejo de Tribus, un asunto que tuvo ocupada a la juventud valenciana alrededor de 1989 y que era recordada por el multitudinario asalto al Continente de Alfafar. Un libro para el que contamos con entrevistas a gente que participó, pero también dossieres y fanzines de la época. Presentando el libreto en el programa Lliure Directe, de Radio Klara, surgió la siguiente reflexión: “Este libro se ha podido escribir gracias a los fanzines y dossieres impresos que estaban depositados en El Punt, sin ese material no habríamos podido adentrarnos en este tema. Sin embargo, si hubiéramos querido hacer la investigación sobre algo más reciente, digamos el Juntes Sense Por, esta no habría sido posible, ya que no hay materiales consultables sobre el tema”. Nos dimos cuenta de que el olvido del presente no es un asunto del futuro, es algo que estamos construyendo ahora mismo.

Juntes Sense Por ocurrió en 2014, ahora hace 10 años. Sobre esas intensas semanas apenas tenemos un cartel en el archivo de El Punt. Afortunadamente, este cartel tiene impresa una página web (https://juntessensepor.noblogs.org/) que, a modo de blog, facilitaba un motón de documentación sobre lo que pasó. El silencio sobre esta movilización no es total. Sin embargo, nos dimos cuenta de que a medida que nos acercábamos al presente la documentación a la que podemos acceder es cada vez menor. La época de los blogs fue seguida por la de los grupos de Facebook y esta red social fue siendo sustituida por Instagram. Cada vez más inmediatez, cada vez menos documentación, cada vez más silencio. Sabemos de las heroicas iniciativas para crear redes sociales alternativas, pero ¿dónde está la documentación que depositamos en el n-1.cc cuando el 15-M? Desde nuestra militancia en El Punt hemos aprendido sobre la importancia de la memoria y del archivo. Somos conscientes, además de que no se trata de puro acumular papeles inertes, sino de cuidar de un espacio de vida y diálogo. El silencio avanza y por eso decidimos, una vez más, llamar a todas las tribus.

Así que, junto con las compas de l’Anguila, de CSOA L’Horta, tañimos la campana. A la llamada respondieron a varias decenas de personas que, pese a la inminencia de las olas de calor, todavía no habían huido de València. Esa tarde, en el Encuentro sobre archivos y memoria material anarquista, planteamos preguntas y buscamos alianzas. El plan era sencillo, haríamos un conversatorio en el que participarían varias compañeras de conspiración que tuvieran o hubieran tenido archivos o que estuvieran ligadas a prácticas de memoria. Estas nos ayudarían a animar un debate amplio en el que plantear nuestras preocupaciones y donde buscásemos, en nuestra inteligencia colectiva, soluciones. De forma paralela montaríamos un taller de fanzines, para empezar los materiales del objeto que tienes en las manos. Cerraría la velada una cena y un concierto en el que compartir las reflexiones nacidas del encuentro. Muchas fueron las ideas surgidas de esas dos horas largas y que giraron alrededor de lo que una compañera definió como “aquest acte d’amor que és la memòria”. Quien escribe las ha organizado como le ha venido en gana, poniendo en entrecomillado las palabras de las compañeras y añadiendo unas cuantas reflexiones pedantonas medio propias acerca de la urgencia de la materialidad que desaparece, la perspectiva que ganamos al adquirir un compromiso con su conservación y el necesario espacio de Retaguardia que se genera en el archivo.

2. Recuperar los desperdicios

Ya al principio del encuentro se identificó una de las causas de la problemática a la que nos enfrentábamos: lo digital estaba marcando nuestra “economía de la atención”. Muchas cosas han cambiado desde aquellos finales de los años ochenta del Konsejo de Tribus, tan prolíficos en fanzines y carteles. Jtxo Estebaranz nos cuenta en Tropikales y radikales, que en 1991, en el estado español ¡circulaban unos 220000 ejemplares de publicaciones de centenares de cabeceras diferentes! En aquel momento el ritmo estaba marcado por la velocidad del paseo y la presencia en los garitos. Un compañero, que ronda la cuarentena, apuntó que él estaba allí, en L’Horta, “porque de nano vi carteles en la calle”. Un cartel apuntaba a un concierto en una casa okupada, allí te encontrabas con un fanzine y en el mismola palabra escrita de las compañeras. No se trata de idealizar tiempos pasados, sino de señalar lo innegable, otras estructuras para la información daban lugar a otra documentación y a otros ritmos. El boca a boca y la fotocopia tenían como límite la presencia física, necesitaban del estar ahí en papel y en persona para tener sentido. Esos fanzines han podido llegar hasta nuestros días en parte gracias al papel de los que estaban creados y en parte gracias a las manos que los repartían.

Con la llegada y expansión de internet vinieron los cambios. El formato del fanzine sobrevivió un tiempo en los blogs, aunque perdiendo su materialidad. Sin embargo, esta forma de organizar las ideas poco a poco se fue difuminando en las redes sociales. A principio de los años dos mil, de una forma crecientemente acelerada, la comunicación digitalizada fue colonizando nuestros espacios de socialización. “Confiem mogolló en les xarxes socials”, apuntaba una compañera. El medio digital se ha terminado convirtiendo en el espacio en el que se produce la mayor parte de nuestras comunicaciones cotidianas, hasta tal punto que “hay una confianza en que todo aquello que está sucediendo está en digital”. Las compañeras del podcast Ciberlocutorio lo apuntan de la forma más cruda “lo que no está en internet no nos interesa”. Lo digital avanzaba inexorablemente, aparentemente liberándonos de la materialidad. Ya no hay residuos como carteles de eventos pasados, fanzines metidos en cajas ni panfletos que no se han llegado a repartir, los mimbres con los que se conforma el archivo de mañana.

Sin embargo, esta sensación de inmaterialidad es falsa. El que el papel ya no sea un elemento diario no significa que los datos que movemos no estén dejando desperdicios en algún otro lugar. Los 160Kb del post del cartel que se comparte por Instagram® o Telegram® se almacenan en un servidor que existe en algún lugar. Un artilugio que necesita de energía para seguir siendo útil, que ocupa un espacio y que es programado, reparado y limpiado por manos humanas. Hay quien apuntó que “conservar la información en papel es más ecológico”, que “hay documentación de más de dos siglos escritos en papel que todavía se puede consultar; sin embargo, los CDs apenas tienen dos décadas de vida útil mientras que la información depositada en USB no llega a durar la mitad”. La digitalización no nos deja ni las sobras, que son almacenadas en servidores privados escondidos de nuestras vistas y purgados sin nuestro consentimiento.

Esta huida hacia la nube no es una forma de inmaterialidad, sino de desposesión. Una desposesión que conlleva un silenciamiento. Como nos enseña el antropólogo Michel Rolph Trouillot, la materialidad marca qué hechos son inscritos más fácilmente en la narración de la Historia y qué elementos son silenciados. Perdiendo esta capacidad de custodiar la materialidad de nuestra memoria estamos condenándola al olvido. Si otros hechos se pueden permitir el lujo de depender del estado para ser recordados, nuestras voces no dejan ese tipo de rastros. Pocos monumentos se erigirán a nuestras asambleas, manifestaciones o sabotajes. Si se conserva algún documento, seguramente sea policial o periodístico, nuestra propia voz, inevitablemente, está destinada a desvanecerse en la mortaja. Cuando desaparezca ese servidor, cuando se actualice el pago de la dirección de internet y haya cambiado la cuenta de la tarjeta de la encargada de la web, dejarán de existir los rastros de nuestras palabras.

3. El tiempo de la promesa

Esta materialidad cibernética implica, además, una temporalidad: un presente que se expande inexorablemente. En este sentido, una compañera señalaba como “una pulsión de presente inunda las redes sociales. Existe una confianza en que estas dan acceso a todo lo que existe de forma inmediata: “es guay internet porque te da mucha inmediatez”. Sin embargo, esta inmediatez se manifiesta en un estado anímico de continuo FOMO en el que un presente infinito e inabarcable lo coloniza todo. Un scroll interminable donde todos los mensajes son equiparados, superponiéndose un concierto, una receta, un zasca, las vacaciones de un amigo… Siempre “cuestiones de urgencia, siempre el presente, siempre está ocurriendo algo. En este contexto hiperreal, “no es que no sepamos lo que está ocurriendo ahora mismo”, tenemos información y claves políticas para entenderlo, simplemente solo nos interesa desde la perspectiva de lo inminente.

Aquí debemos señalar el análisis del filósofo Byung-Chul Han cuando habla de la crisis de la narración y de la dificultad creciente que tenemos de encontrar momentos donde contarnos historias. Vivimos en un presente omnipresente, desposeídos de la materialidad necesaria para poder narrar nuestras propias historias. Las transformaciones a las que nos estamos enfrentando en la forma de comunicarnos tienen como efecto colateral el dejar de producir documentación, no solo porque materialmente no sea necesario, sino porque, inmersos en la urgencia del presente, no lo consideramos necesario. Una asistente señaló como “la lucha siempre ha sido una lucha por el tiempo, yo subiría la apuesta, nuestra lucha es por poder tener una concepción del tiempo que nos permita tener la posibilidad de narrarnos. Hablar sobre “el poco espacio que le damos dentro de nuestros movimientos a la memoria” puede parecer una banalidad. No es el momento y, si fuera el momento, ¿para qué, es que queremos hacer una historia monumental? ¿Un selfie donde retratarnos?

Para responder a estas preguntas me gustaría recuperar las palabras de una compañera del colectivo Arada, que había gestionado un muy interesante archivo feminista y que ahora no podían mantenerlo. La compañera señalaba compungida que “cuando hacemos esta labor de archivar adquirimos una responsabilidad”. Como en muchas otras cosas, “el feminismo ha sido un espejo”, en mi opinión la compañera dio en el clavo. Cuando se gestiona un archivo se está trabajando para un tiempo indeterminado, un futuro en el que se quiera recuperar alguno de sus elementos componentes. La filósofa Marina Garcés, en El Tiempo de la Promesa, nos habla sobre como las promesas son compromisos con el futuro que nos ligan a un tiempo que todavía no ha llegado. Del mismo modo, el archivo es una responsabilidad, una promesa, no con el pasado, sino con el futuro.

En este sentido, la propia existencia de nuestros archivos nos libera de ese presente empalagoso ligándonos, por medio del compromiso, con el futuro. En estos espacios suceden cosas, hay vida. Los documentos del pasado no permanecen callados, sino que interactúan con nosotros en el presente:“los documentos no solo están para dar constancia, sino que están hablando”. La documentación nos está hablando en el presente y en ella hay un compromiso con el futuro, nunca debemos olvidar la“importancia de todo lo que se está gestando a nivel relacional” mientras se está cuidando de un archivo. De este modo, un archivo no es una acumulación de cajas con papeles. La materialidad del archivo hace posible la existencia de la memoria como experiencia compartida, abre un espacio para la narración, crea un tiempo propio,“porque queremos ser nosotras mismas y nuestras compas de militancia las que contemos nuestras propias historias”.

4. Un freno de emergencia para la historia

Las promesas tienen otra característica, no se “dice una promesa”, una promesa “se hace”. Mantener un archivo requiere de esfuerzo para poder conservar y para poder dotar de sentido a lo que se conserva. Así como “la memoria es una actividad colectiva”, requiere de un esfuerzo colectivo para existir. Esta actividad implica la acumulación y catalogación de documentos, su consulta más o menos sistemática y la existencia de iniciativas que den a conocer su contenido. Sin embargo, hay “cosas que suceden mientras archivamos”, el archivo es más grande que la suma de sus partes; trabajar en él es hacer memoria mediante las relaciones que se producen alrededor de la documentación encarpetada, constituyendo lo que la artista Anaïs Florin, desde El Punt, ha nombrado como Retaguardia. Citando a Eva Fernandez, Marta Malo y Carolina León señala que “La retaguardia es cada una de las prácticas grandes y pequeñas que contribuyen a alimentar, recrear, revivir el clima de revuelta”.

El filósofo Walter Benjamin veía la Historia como la consecuencia de una explosión terrible. Una detonación que se lo lleva todo por delante con una poderosa onda sísmica, produciendo un interminable encadenamiento de ruinas y arrastrando a su narrador, el Ángel de la Historia, de espaldas hacia el futuro. Las ruinas se acumulan delante del ángel que se ve impedido de dar cuenta de las víctimas del vendaval, el progreso. Señala Benjaminque, para Marx las revoluciones son como la locomotora de la historia mundial, el motor que la empujaba hacia adelante. Sin embargo, para él las revoluciones debían ser “el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren”.Un movimiento que debería suponer la interrupción del continuo estrépito del devenir de la historia y de esa acumulación de clases vencedoras y dominantes.

La revolución debería permitir la restitución de todas las víctimas, su simbólica resurrección a los ojos de la Historia. En este sentido, la revolución necesita de la Retaguardia. La vanguardia avanza inexorablemente, busca asaltar los cielos sin pensar en quienes deja rezagados o en qué hacer con la tierra quemada. Su tempo es el del progreso, el mirar siempre adelante, al objetivo inminente. Sin embargo, el tiempo del archivo es el tiempo de la Retaguardiaque se preocupa de recoger las cenizas, de construir pensando en el día después de la revolución. Exige tiempos pausados, cree, crea y cría. El archivo constituye un espacio temporalmente autónomo frente a los vientos imparables de la Historia donde poder resguardarse de la tormenta.

Hacer archivo permite detener la lógica que hace que los perdedores permanezcan en el olvido. Permite restituir la memoria de aquellos proyectos en los que creamos espacios de resistencia, poner de nuestro lado a aliados que lo fueron y volver a aprender lecciones que aprendimos. “Teniendo en cuenta desde donde hablamos”, desde nuestros archivos podemos generar nuestra propia memoria. Puede que la historia no sea ninguna escuela de vida, pero sí que lo es la memoria viva. Cuidar de un archivo, como espacio de Retaguardia que es, supone una forma de pensarse, generando lazos y compromisos entre nosotros, quienes hemos sido y quienes queremos ser.

5. ¿Qué hacer?

Somos conscientes de la importancia de nuestros archivos, de su relación con la memoria compartida e intuimos los peligros a los que se enfrentan. A partir de aquí cabe preguntarse ¿qué hacer para enfrentar estos peligros? Hay quien propuso, con bastante tina, que “hay que digitalizar lo que está en papel e imprimir lo que está en digital”. Hay mucha documentación en discos duros que se podría conservar en espacios habilitados para ello, una vuelta al papel de una parte de estos carteles, panfletos o dossieres podría asegurar su pervivencia. Sin embargo, este espacio físico no siempre es fácil de mantener y podría tener dificultades a la hora de ser accesible, así que sería interesante mantener copias de la documentación en formato digital, guardada en discos duros que podrían alcanzarse por medio de internet. En un momento se señalaron diferentes iniciativas que pueden permitir crear esta infraestructura, por ejemplo, mantener copias en https://archive.org/ o usar las aplicaciones de https://noblogs.org/ o https://riseup.net/. Además de esto, con un poco de maña, algunas compañeras pueden mantener nuestros propios servidores en lugares seguros.

En cierto momento el tono propositivo cambió a uno más sombrío, señalando las decisiones difíciles a las que puede que nos tengamos que enfrentar al gestionar nuestros archivos. “Puede que lo tengamos que quemar todo”, apuntaba un compañero hacia el final de la sesión. El anarquismo no es ajeno a la criminalización y a la persecución policial. Un día lo que hay en los archivos, las historias personales, los nombres, los papeles, puede que sean objeto de rapiña por el estado. Puede que para salvar a las personas que dotan al archivo de valor debamos destruir la materialidad de su memoria. Sin llegar a estos extremos ocurre que mientras la documentación permanece, los contextos cambian, “cuando tú creabas en los 80 no estabas pensando en un campo público como el que hay hoy en día con internet” ¿Cómo nos enfrentamos al consentimiento cuando la información se mueve cada vez más rápido? Son cuestiones que hay que plantearse y situaciones que debemos saber afrontar. Sea cual sea la circunstancia, la eliminación de la documentación no significa la destrucción de la memoria, esta está en las relaciones y compromisos que establecemos entre nosotros.

Lo cierto es que, después de horas de rascarse la cabeza,quien narra no tiene muy claro qué hacer. El encuentro de julio consiguió movilizar a muchas y esto ya es un éxito, queríamos hacer consciente a la gente de que estamos en medio de un incendio. Para abordarlo hay quien pidió más ganas a los colectivos para poder custodiar la documentación, sin embargo, sabemos que siempre hay que medir las fuerzas que tenemos. El archivo nace de la materialidad, necesita de nuestro compromiso y nos regala tiempo. Quizá valga con darle un poco de perspectiva a lo que hacemos, dando un espacio a la generación de memoria. Al fin y al cabo, cuidar de la memoria es condición de necesidad para plantearnos qué queremos hacer ya dónde queremos llegar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *